El financiamiento de la educación universitaria

En Estados Unidos, en términos generales, la educación universitaria se paga con matrículas altas financiadas, total o parcialmente, con préstamos. Antes de que la Junta de Supervisión Fiscal continúe forzando a que la Universidad de Puerto Rico (UPR) ─con la anuencia de su alta gerencia─ adopte ese modelo, deberíamos primero detenernos a examinar cuál ha sido la experiencia de los estados con tal paradigma.

De acuerdo con datos recopilados en la página web Student Loan Hero, en Estados Unidos, se ha estimado que el total de deudas obtenidas a través de préstamos estudiantiles actualmente asciende a $1,560,000 millones ($1.56 trillions), repartidas entre 44.7 millones de personas. Esto representa $521,000 millones ($521 billions) más que el total de deudas obtenidas mediante tarjetas de crédito. En promedio, el pago mensual requerido para amortizar esos préstamos estudiantiles asciende a $393.00. El 11.5% de esos préstamos, sin embargo, se encuentra en atrasos o simplemente están en incumplimiento.

Si consideramos solamente los graduandos en el año 2018, el total de dinero adeudado a través de préstamos estudiantiles, en promedio, asciende a $29,800 por estudiante. A ese balance hay que añadirle los préstamos adicionales que obtuvieron los padres de estos alumnos que, en promedio, ascendieron a $35,600. Además, recibir ayuda económica, en lugar de evitarlo, parece ser parte de un paquete económico que induce al endeudamiento pues, por ejemplo, entre los graduandos en el año 2012, el 88% de quienes recibieron la beca Pell, también obtuvieron préstamos

Tan alta ha resultado ser la carga financiera producto de estos préstamos que un estudio realizado por el Banco de la Reserva Federal de New York argumentó que la misma tiene un efecto adverso en la capacidad de los estudiantes, luego de graduarse y comenzar su vida profesional, de crear una familia y comprar una casa.

Dicho de otra forma, el modelo económico de la educación universitaria en Estados Unidos, basado en matrículas altas financiadas con préstamos estudiantiles, está colapsando. Esto ha llevado a los gobiernos de muchos estados, e incluso a universidades privadas, a desarrollar otros modelos para sufragar el costo de una educación universitaria.

En otro estudio más reciente, realizado también por el Banco de la Reserva Federal de New York, se señala que 11 estados han desarrollado programas dirigidos a proveerles educación universitaria gratuita a sus residentes. A estos podría ser necesario añadirles el estado de New Mexico, que recientemente anunció que tiene bajo consideración un programa en esa dirección. Además, 27 otros estados han desarrollado programas de asistencia económica que aunque no resultan en una matrícula gratis, por lo menos la reducen significativamente.

Para muchas personas, en los estados de Estados Unidos las cosas se hacen mejor que como las llevamos a cabo en Puerto Rico. Por lo menos en lo que respecta al financiamiento de la educación universitaria, sin embargo, parece que ese no es el caso. Por el contrario, los estados de Estados Unidos se están moviendo hacia estructuras financieras que cada día se parecen más al modelo que históricamente ha imperado en Puerto Rico.

Desde luego, el Gobierno de Puerto Rico está atravesando por una severa estrechez fiscal. Esto le hace imposible aportar a la educación universitaria la misma cantidad de fondos que aportaba antes de la crisis. No obstante, la solución no puede ser llevar a la Isla hacia un modelo que en los estados está colapsando y el cual estos están dejando atrás.

En lugar de la agenda errada de aumentar matrículas que están siguiendo la Junta de Supervisión Fiscal y la alta gerencia de la UPR, hace mucho más sentido desarrollar una estrategia coordinada de forma tal que la reducción en las aportaciones del gobierno a la educación universitaria ocurra paulatinamente mientras, a la misma vez, se va levantando un verdadero fondo dotal (endowment fund). De esa forma, una vez acumulada la cantidad apropiada, los réditos que produzca ese fondo dotal pueden sustituir parte de la aportación fiscal que hacía el gobierno. Si esto hacemos, se ayuda a resolver la precaria situación del gobierno mientras se crea un fondo que garantice, de forma permanente, el financiamiento de la educación universitaria en la Isla.

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Nota:  Este escrito fue publicado en el periódico El Vocero,

21 de noviembre de 2019, página 36.

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No es vital incentivar

Recientemente, y en representación de la Asociación de Industriales de Puerto Rico, se publicó una columna (“Es vital estimular la inversión”, El Vocero, 14/octubre/2019, p. 16) defendiendo los incentivos contributivos que tradicionalmente han recibido las empresas multinacionales. Esto en respuesta a mi columna (“Pero…¿no se habían ido ya?”, El Vocero, 1/octubre/2019, p. 16) criticando esos incentivos.

El articulista invita a no tratar este asunto “ligeramente”, sino a usar la evidencia. A esos efectos, veamos cinco piezas de evidencia.

1)  De acuerdo a datos oficiales de la Junta de Planificación, desde el año 1948 hasta el año 1979 el Producto Nacional Bruto de Puerto Rico creció, en términos reales, a razón de 5.56% anualmente. Desde el año 1980 hasta el año 2018, ese crecimiento anual se redujo a 0.88%. Esto sugiere que el deterioro en la economía de Puerto Rico comenzó alrededor de la misma fecha en que comenzó la Sección 936 (1976) y no cuando esta terminó (2005).

2)  Un estudio de dos reconocidos economistas (William Baumol y Edward Wolff, “Catching Up in the Postwar Period:  Puerto Rico as the Fifth ‘Tiger’?”, World Development, mayo de 1996.) demostró que desde el año 1950 hasta el año 1990, incluyendo los años 1980 al 1990 durante los cuales siempre estuvo vigente, la Sección 936 fue el factor que menos contribuyó al crecimiento económico de Puerto Rico.

3)  Tal como señalé en mi columna, la reducción en las actividades de manufactura en Puerto Rico es “parte de una tendencia a nivel mundial y no obedece a cambios en los incentivos contributivos que ofrece la Isla”. Por ejemplo, de acuerdo con datos oficiales del Bureau of Labor Statistics, desde el año 1980, en Estados Unidos se han perdido más de 7.5 millones de empleos en el sector de manufactura.

4)  De forma similar, en un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (“The changing nature of manufacturing in OECD economies”, STI working paper 2006/9) se señala que, desde el año 1970, los países miembros de esa organización han experimentado una reducción consistente en la proporción del empleo total que proviene de la manufactura.

5)  Datos oficiales del Departamento del Trabajo y Recursos Humanos indican que el empleo directo en la manufactura en Puerto Rico alcanzó su nivel máximo en el año 1995. Ese año, había 1,076,000 personas empleadas en la Isla, de las cuales 170,000 (16%) trabajaban en la manufactura. En otras palabras, aun cuando la ocupación en la manufactura alcanzó su cénit, la mayor parte de los empleos se concentraba en otras actividades. Similarmente, el año en que el mayor número de personas estuvieron empleadas en Puerto Rico fue en 2006. Ese año, trabajaban en la Isla 1,271,000 personas de las cuales 138,000 personas (11%) estaban empleadas en la manufactura. Esto significa que ese mismo año el 89% del total de empleos se dedicaba a otros menesteres.

Los incentivos contributivos son muy beneficiosos para las empresas que los reciben. Por esa razón, se entiende que la Asociación de Industriales de Puerto Rico los defienda. La evidencia demuestra, sin embargo, que conceder esos incentivos no se ha traducido en beneficios económicos para Puerto Rico. Más aún, contrario a la opinión generalizada, los datos demuestran que el desarrollo económico de Puerto Rico no se ha basado en los incentivos contributivos que tradicionalmente se les han ofrecido a las operaciones de manufactura que establecen en la Isla empresas multinacionales.

Si la manufactura y los incentivos contributivos no son el principal motor de nuestra economía ni generan el grueso de los empleos, es evidente que la economía de Puerto Rico se sustenta sobre las pequeñas y medianas empresas. Si de verdad queremos promover el desarrollo económico de la Isla, es en torno a esas empresas que nuestra estrategia debe girar.

La inversión es “vital” para cualquier economía, incluyendo la nuestra. Por lo tanto, es bueno que en Puerto Rico se establezcan la mayor cantidad de empresas posibles y que la inversión en la Isla crezca significativamente. En materia de estrategia económica, sin embargo, que algo sea “vital” y deseable no quiere decir, necesariamente, que deba ser incentivado por el gobierno. De hecho, en una economía como la nuestra donde la actividad económica gira en torno al gobierno, sería mejor que la intervención del gobierno en la economía, incluyendo la que ocurre a través de los incentivos, se reduzca.

En resumen, no es “vital” incentivar la inversión.

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Nota:  Este escrito fue publicado en el periódico El Vocero,

5 de noviembre de 2019, página 18.

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